Las vacunas son uno de los logros más importantes de la historia de la medicina. Gracias a ellos, una serie de enfermedades peligrosas que se cobraron la vida de muchas personas en el pasado son ahora solo un recuerdo lejano. Siempre ha habido personas escépticas, pero en los últimos tiempos, tal vez debido a la incertidumbre que ha creado la pandemia, la desconfianza  acerca de las vacunas, ha aumentado exponencialmente.

Históricamente, ha habido épocas de más o menos confianza y consiguiente empleabilidad de las vacunas, pero su efectividad y beneficios se han demostrado a lo largo de los últimos siglos. Incluso antes del descubrimiento de la vacuna de la viruela, por ejemplo, era una práctica popular la administración de pequeñas dosis de viruela para generar inmunidad. En aquella época, del 2 por ciento de los que se sometieron a este procedimiento murieron, un porcentaje ínfimo, en comparación con las muertes producidas por la peligrosa enfermedad, que fue aproximadamente 15 veces mayor. Benjamín Franklin fue uno de los opositores más prominentes al procedimiento, pero luego lo lamentó después de que su hijo menor murió de viruela.

El período comprendido entre las décadas de 1920 y 1970 se describe a menudo como la edad de oro de las vacunas en los Estados Unidos, desarrollándose vacunas contra enfermedades como difteria, tos ferina, polio, sarampión, paperas y rubeola. Una vez comprobada la efectividad de las vacunas, se generaron movimientos para fomentar la vacunación, y convirtiéndose la administración de algunas de ellas, al cabo de unos años, en obligatoria. Este proceso ha sido recurrente a lo largo de la historia para cada una de las vacunas elaboradas hasta el momento, ¿por qué hoy, en un mundo mucho más avanzado desde el punto de vista tecnológico y científico y contando con un sistema sanitario estable, cuesta más confiar en la efectividad de las vacunas?